El ruido de las grietas: la vulnerabilidad en la música

El ruido de las grietas: la vulnerabilidad en la música
Mariana Lara.🎸
Hay noches en las que la música te envuelve como si supiera lo que cargas a cuestas. 

Hay noches en las que la música te envuelve como si supiera lo que cargas a cuestas. Una melodía, una letra, un suspiro en la voz de un artista que, sin saberlo, parece estar hablando de ti. Hace unas semanas, atrapada en el ruido de mi propia cabeza, dejé que un disco sonara de fondo, casi por accidente. Era Swag, el último álbum de Justin Bieber, alguien a quien no escuchaba con atención desde hace años. No porque no me gustara (esa niña de 2010 que cantaba Baby a todo pulmón y llenó su calendario con todos sus conciertos en México aún vive en mí), sino porque el tiempo y los gustos cambian. Pero esa noche, algo en sus canciones me detuvo. Entre versos sobre ser visto como alguien que perdió el control o confesiones de inseguridades, había una vulnerabilidad cruda, casi palpable, que no esperaba.

Algo parecido me ocurrió con Shawn Mendes en el Corona Capital, un día después de que su álbum Shawn salió. No había escuchado el disco antes, pero al verlo en vivo, las canciones me golpearon como si fueran un diario abierto. Es un álbum personal, sentimental, desgarrador en su honestidad. Shawn no teme mostrar sus grietas, y eso lo hace sentir humano, cercano. Curiosamente, ambos artistas cierran sus discos con un guiño espiritual: Shawn con Hallelujah y Justin con Forgiveness, una versión de Lord, I Lift Your Name on High interpretada por un pastor. Es como si, al final, ambos buscaran redención, un lugar donde descansar sus almas expuestas.

Pero esta columna no se trata solo de Justin Bieber ni de Shawn Mendes. Se trata de algo más grande: una tendencia que veo cada vez más clara en la música actual. La vulnerabilidad se ha convertido en una especie de idioma universal, un puente que conecta a los artistas con sus audiencias de una manera que pocas cosas logran. No es algo nuevo, pienso en los diarios musicales de Joni Mitchell o Kurt Cobain, que desnudaban sus almas décadas atrás, pero hoy siento que esta apertura es más frecuente, más frontal, más necesaria.

Miro a mi alrededor y veo ejemplos por todos lados. Lorde, con Virgin, su último disco, que ha descrito como un conjunto de trabajos totalmente transparentes que abarcan temas como la imagen corporal, la identidad de género, la intimidad y nos lleva a un viaje introspectivo. Tan personal que se siente como un susurro de su corazón, de su alma. Zayn Malik, en el adelanto de Fuchsia Sea, dice “‘cause I worked hard in a white band, and they still laughed at the Asian”. Malik habla sin filtros del racismo que enfrentó como hijo de un padre musulmán paquistaní y el único integrante no blanco de One Direction.

 Latin Mafia, como ya mencioné en otra columna, teje historias de vulnerabilidad cotidiana en canciones como Siento que merezco más, que resuena con cualquiera que haya sentido el peso de lo habitual. Adele, en 30, desmenuza el dolor de herir a su familia y el proceso de reconstruirse desde cero, con canciones como Easy On Me que son un lamento crudo por reconstruirse desde cero. 

Halsey, en The Great Impersonator, enfrenta su lucha con la leucemia y la maternidad en soledad. The End, es una balada en la que pide ser amada como si el mundo se acabara, lanzada junto a un post en redes sobre sus batallas de salud y donaciones a la Lupus Research Alliance y la Leukemia & Lymphoma Society. Y Beth Gibbons, en su primer álbum solista, Lives Outgrown, nos entrega una autobiografía musical de una década de vida, maternidad y perdida en canciones como Floating on a Moment, donde su voz frágil lleva el peso de años de vida y la muerte. Cada uno de estos artistas, a su manera, está rompiendo el molde de la perfección que el mundo espera de las celebridades.

En un mundo saturado de imágenes pulidas y vidas aparentemente perfectas en redes sociales, la vulnerabilidad se convierte entonces en un antídoto contra la fachada. Cuando un artista muestra sus inseguridades, sus errores, sus dolores, nos recuerda que son humanos. Y en ese reflejo, nosotros, los que escuchamos, encontramos un eco de nuestras propias luchas.

Esta apertura también lleva un dejo de desafío. Ser una celebridad hoy es vivir bajo un reflector implacable, donde cada paso es examinado, cada error amplificado. Cantar sobre racismo, enfermedades, desamor o crisis existenciales es una forma de romper ese molde, de plantarse frente al mundo y mostrar las grietas. Estos artistas reclaman su humanidad y nos invitan a hacer lo mismo.

Pero también hay algo más simple, más visceral: la necesidad de soltar lo que llevan dentro. La música siempre ha sido un refugio, un espacio donde las emociones crudas encuentran voz. En un mundo que a menudo nos pide enterrar lo que sentimos, la vulnerabilidad en la música es un acto de valentía. Es una manera de abrirse, de dejar que las heridas hablen, un gesto que conecta porque todos, en algún momento, hemos sentido ese mismo peso.

Escucho estas canciones y siento que me hablan en voz baja, como si alguien conociera mis propias cicatrices. En la valentía de estos artistas, en su disposición a mostrar lo que duele, encuentro un reflejo de mis propias grietas. No hay promesas de soluciones, ni grandes respuestas. Solo la honestidad cruda de quien se atreve a ser humano. Y en esa vulnerabilidad, la música hace lo que siempre ha hecho: nos encuentra donde estamos, con nuestras heridas a cuestas, y nos recuerda que no estamos tan solos.

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