Mi vida como un raspado

Mi vida como un raspado
Renee Ontiveros
No estoy pidiendo que cambien quienes son, sino que se esfuercen por entenderme y aceptar mis particularidades

Desde que tengo memoria, he sentido el mundo de manera diferente. Como una chica autista, cada día es como un raspado de hielo en un día caluroso: en ocasiones refrescante y lleno de color, pero muchas veces, doloroso y desalentador. Este artículo es un llamado a la comprensión y empatía, una invitación a ver más allá de las diferencias y a reconocer las luchas que enfrentan quienes, como yo, vivimos en un mundo que a menudo parece frío e indiferente.

La vida en un grupo escolar o en la universidad puede ser desafiante, no solo por la carga académica, sino también por la complejidad de las interacciones sociales. Para mí, cada vez que soy ignorada o excluida, siento como si un raspador estuviera desgastando la superficie de mi ser, haciendo que la indiferencia de mis compañeros se sienta aún más profunda. La “ley del hielo” se convierte en una barrera que me separa de los demás, y cada momento de silencio se siente como un recordatorio de que, a pesar de mis esfuerzos por pertenecer, la conexión sigue siendo nula.

Mis intentos de interactuar suelen ser recibidos con miradas vacías o, peor aún, silencios o indiferencias. A menudo, el esfuerzo que hago por acercarme se transforma en una experiencia frustrante, donde la falta de respuesta se siente como un rechazo personal. No pido mucho: solo deseo ser vista, escuchada y comprendida. La amistad, la empatía y la aceptación son necesidades humanas básicas que todos merecemos, independientemente de nuestras diferencias.

La neurodiversidad es una parte importante de la pluralidad humana, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en la creación de un entorno inclusivo. Como persona autista, me duele que siga siendo todo un tema el que se me reconozcan y respeten mis diferencias. No estoy pidiendo que cambien quienes son, sino que se esfuercen por entenderme y aceptar mis particularidades. Es doloroso que se me acuse de hacerme “la víctima” para conseguir la atención de mis padres o del resto de la sociedad.

La empatía es la clave. Comprender que la forma en que interactúo con el mundo puede ser diferente no significa que sea menos valiosa. Las diferencias no deberían ser vistas como un obstáculo, sino como una oportunidad para aprender y crecer. Sé que se ha agotado la paciencia de mis compañeros y docentes, inclusive la mía. Estoy a punto de tirar la toalla, renunciar a mi sueño de tener un título profesional. Por primera vez en mi vida reprobé la mayoría de las materias. No me siento motivada, no tengo ganas de regresar al siguiente ciclo escolar, pero más que un título es la oportunidad de disfrutar momentos de universidad y construir amigos. Ojalá mi país fuera más inclusivo: la experiencia de pertenencia podría ser transformadora para todos.

Es fundamental que, como comunidad, trabajemos juntos para romper la ley del hielo que a menudo rodea a quienes somos diferentes. La inclusión no solo beneficia a quienes se sienten excluidos, sino que enriquece a todo el grupo. Al fomentar un ambiente de aceptación, todos podemos aprender a valorar la diversidad y a construir relaciones más significativas.

Mi vida como un raspado no tiene que ser una experiencia solitaria y dolorosa. Si todos nos esforzamos por comprender y aceptar nuestras diferencias, podemos construir un entorno más cálido y acogedor. La empatía y la amistad son fundamentales para todos, y cada uno de nosotros tiene el poder de hacer que quienes nos rodean se sientan vistos y valorados. Juntos, podemos derribar la ley del hielo y crear un lugar donde todos podamos pertenecer.

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