Resistir desde el aula

Las prácticas pedagógicas críticas y las movilizaciones estudiantiles no solo cuestionan los sistemas de dominación: construyen alternativas para un mundo más justo.
En los espacios activistas, es común que alguien pregunte: “¿Qué te radicalizó?”. Podría mencionar varios momentos, pero siempre vuelvo a una escena de mi preparatoria. Durante un recreo, escuché cómo una compañera vivía violencia en su noviazgo; la pelea terminó con él golpeándola. Lo que me radicalizó no fue solo presenciarlo, sino la respuesta que recibimos cuando fuimos a hablar con una autoridad. Nos dijeron: “Ella decidió estar en esa relación”. Esa indiferencia institucional me marcó. Hoy me gusta pensar que mi compañera está en un lugar mejor, que está bien.
La educación siempre ha sido un campo de disputa entre el poder establecido y las fuerzas que buscan transformar la sociedad. Las prácticas pedagógicas críticas y las movilizaciones estudiantiles no solo cuestionan los sistemas de dominación: construyen alternativas para un mundo más justo.
Cuando entré a la universidad, tenía ganas de comerme al mundo. Desde el primer día que pisé mi salón de clases decidí que no sería solo una alumna más, alguien que repite lo que le enseñan. Quería ser estudiante en el sentido más profundo de la palabra: construir conocimiento con lo que me enseñaban y lo que vivía, transformar mi universidad en un espacio seguro para todes, desde la educación y el activismo académico.
En el camino, me involucré en distintos espacios, enfrentando la burocracia de una institución que muchas veces parece resistirse al cambio; una universidad que, en lugar de caminar con sus estudiantes, los contiene en aulas bancarias.
Los procesos activistas, muchas veces, son profundamente burocráticos. Nadie nos prepara para eso. Como estudiantes, tenemos que poner en balanza nuestros valores con nuestro destino educativo.
El objetivo del activismo estudiantil no es construir historias de éxito. No siempre es visible, ni rápido ni cómodo. No ocurre en una sola reunión. No se trata de aplausos ni reconocimientos. Se trata de resistir ante un sistema opresor establecido, de abrir diálogos intergeneracionales, de incomodar cuando hace falta.
Muchas de las agendas estudiantiles no se cumplirán mientras estemos dentro de la institución. Pero dejan huella. Dejan precedente. Porque, incluso en la incomodidad y la resistencia, los estudiantes hacemos historia.

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