Más allá del aula

Lo académico siempre será un pretexto para trabajar lo socioemocional.
Al iniciar la carrera de pedagogía, el primer día de clases nos preguntaron: ¿De dónde nace tu pasión por educar? Mi respuesta favorita fue la de mi ahora mejor amiga Karla. Ella cuenta con amor y nostalgia sus primeros recuerdos de jugar, de imaginar y de crecer, siempre encontrando maneras propias de darle sentido a lo que la rodeaba.
“... a los cuatro años jugaba a ser maestra. Mis alumnos eran peluches y muñecos que, en mi imaginación, llenaban un salón improvisado… semana tras semana daba clases, y los domingos se transformaban en días de fiesta: celebraciones de cumpleaños y convivios que organizaba con entusiasmo para mis pequeños estudiantes de trapo y tela…” (K. Cuadra, comunicación personal, s. f.).
Karla, hasta el día de hoy, sigue siendo la persona más apasionada que conozco; es la prueba más clara de que la verdadera vocación se gesta desde la infancia y que la pasión por educar no se aprende, sino que nace y se cultiva.
La escuela es uno de los primeros espacios de socialización, y aunque muchas veces el jardín de niños se nombra a la ligera, su papel es mucho más profundo de lo que se cree. Socialmente solemos imaginar un preescolar como un lugar lleno de niños corriendo, jugando, pintando, mientras las maestras bailan y cantan a su alrededor. Y, aunque esa imagen no está del todo alejada de la realidad, lo cierto es que el preescolar es un escenario diseñado para algo trascendental: el aprendizaje de la socialización. Desde allí, las maestras desplegamos estrategias lúdicas que no solo entretienen, sino que despiertan la curiosidad, estimulan el pensamiento y siembran las primeras semillas del aprendizaje que acompañará a los niños toda la vida.
Los educadores cambiamos vidas y la escuela posibilita ambientes.
Lo académico siempre será un pretexto para trabajar lo socioemocional. Las maestras no solo transmitimos conocimientos ni valores académicos: modelamos el aprendizaje para amar, para cuidar, para respetar; damos las herramientas que permiten el cambio social. Para ser un buen educador nunca bastará conocer los contenidos, dominar las metodologías o incluso tener amor por los niños. Los educadores que realmente marcan, los que cambian vidas y transforman a la sociedad, son aquellos que trascienden más allá del aula, que entienden que su labor no termina con la clase, sino que se expande a cada gesto y a cada encuentro cotidiano.
Uno no educa únicamente frente al pizarrón: también educa en los pasillos, en un saludo cálido, en la mirada que reconoce, en la pregunta que escucha y cuida. La verdadera enseñanza se esconde en esos actos sencillos que, aunque parecen mínimos, tienen el poder de quedarse en la memoria de un niño para siempre.
Las maestras no ven un número más en la lista ni una calificación que asignar; ven a la persona en todas sus dimensiones, con sus miedos, sueños, fortalezas y fragilidades. Y es ahí, en ese mirar profundo y humano, donde comienza la verdadera transformación educativa.
Contacto: reginacastillolima@gmail.com

Comments ()