La noche que Nsqk voló

La noche que Nsqk voló
Mariana Lara
Dentro del domo de cobre, el aire ya tenía otro ritmo. Cuando las luces bajaron, ya no había marcha atrás. 

Sabíamos que iba a ser grande. No por intuición, sino porque lo sentimos desde el principio, desde aquel anuncio en el periódico que ocupaba una página entera: 

“NSQK EN EL PALACIO 01.11.25”. 

En mayo, ese encabezado se sintió más como una declaración de amor que como una campaña de marketing. Rodrigo Torres (Nsqk) siempre ha sabido cómo hablarnos: con gestos, con guiños, con códigos que solo su público entiende (aunque a veces yo creo que ni él los entiende). Nosotros, los fans, lo entendimos de inmediato. No era un concierto más. Era EL concierto. 

Desde entonces, la expectativa empezó a crecer como una ola. Cada publicación, cada historia, cada guiño que dejaba en redes se sentía como una cuenta regresiva emocional hacia algo que sabíamos que iba a marcarnos. 

Después llegaron los teasers, de esos que sabe hacer muy bien. Nos mostró uno de los bloques del concierto, y la setlist revelaba que esa noche sentiríamos todo a flor de piel. La NSQWEEK, como cariñosamente nombramos esta semana para celebrar el concierto, empezó con una pop up store cuyas filas le daban vuelta a la manzana. Dentro, todo estaba perfectamente planeado para entrar en el mundo de Rodrigo, de Nsqk o quizá de los dos: flash tattoos, drinks inspirados en su vibra, nueva merch y, lo que robó miradas, la colaboración con Adidas. Eran todas las señales de que algo estaba por estallar, o que ya había estallado. Así empezó noviembre: entre quienes celebraron Halloween con él y quienes simplemente portamos una playera con su cara. Todo con una energía que se sentía viva, como si toda la ciudad, (al menos en mi cabeza) esperara exactamente lo mismo que yo. 

Dentro del domo de cobre, el aire ya tenía otro ritmo. Cuando las luces bajaron, ya no había marcha atrás. 

Desde el inicio, el show fue un recorrido por todo lo que Nsqk ha construido. De la melancolía y el desahogo de “Roy” a la velocidad y el pulso de “ATP”, el concierto se movía entre extremos: la lágrima y el salto, la quietud y el vértigo. “Tarde o temprano” abrió la noche con esa fuerza que suena a principio y cierre a la vez; “Kombate”, “De vez en cuando (aparece)” y “Sur” encendieron la voz colectiva; “Love Language” y “Blamegame” mantuvieron la intensidad, pero con un ritmo más íntimo, más emocional que explosivo. Cada canción era una parte del mismo cuerpo: el suyo, el nuestro, el de quienes han encontrado en su música una forma de decir lo que a veces no se puede poner en palabras. 

Antes de “El tiempo que necesites”, habló de los sueños. De lo difícil que puede ser alcanzarlos, de lo necesario que es creer en ellos. Su voz se quebró un poco, pero no de miedo, sino de emoción. Y ahí, entre los gritos y las luces, fue imposible no pensar que lo estaba logrando, que ya lo había logrado. 

Y entonces voló.

Suspendido en una estructura hecha de luz, entre cables que colgaban como raíces del aire. Las luces lo envolvieron hasta convertirlo en una silueta casi celestial, y por un segundo el tiempo se detuvo. Era él, elevado, flotando sobre todos nosotros, como si nos recordara que los sueños no se tocan: se habitan. 

Durante “Torre 3”, el escenario se llenó de rostros. En las pantallas aparecieron fotos de abuelos, hermanas, amigos, personas que ya no están. Entre ellas, Miguel y Berenice, quienes perdieron la vida en el festival Ceremonia. Fue un momento delicado, íntimo, de una ternura colectiva imposible de describir. No hubo silencio, hubo eco. Un eco lleno de amor, de presencia, de memoria. Fue su manera de decir que ellos también volaban, que todos lo hacíamos. 

Rodri no solo canta: construye momentos. De esos que se sienten en el cuerpo días después, como si el pecho todavía conservara la vibración. Lo suyo no es un show, es una experiencia emocional compartida, envuelta en neón. 

No es la primera vez que menciono a Nsqk en una columna, y seguramente no será la última. Porque cada vez que lo hace, cada vez que convierte la emoción en altura, me recuerda por qué me gusta tanto escribir de música. Por noches como esta, donde todo se eleva. 

Esa noche, cuando la música terminó y las luces se apagaron, entendí algo: volar no siempre es alejarse del suelo. A veces es solo levantar la mirada y darte cuenta de que estás exactamente donde soñaste estar. 

Y sí, Nsqk voló. Pero no lo hizo solo.

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