Un cancionero vivo: Pablopablo en el Foro Niebla
La vulnerabilidad se volvió un abrazo colectivo, y el foro se convirtió en un refugio donde todos compartimos un mismo pulso.
Pablopablo escribe desde el dolor, de dejar que duela porque algún día ese dolor nos hará bien. Escribe historias, miedos, habla de lo que podría ser, lo que es y lo que ya no fue. Canciones en mí es un disco vulnerable cargado de sentimientos, de los buenos, de los malos y de los que no puedes ni ponerle nombre. Alguna vez el español dijo que pensó en el disco como un cancionero en el que la música cobra vida cuando la cantan. Así cobró vida Canciones en mí en el Foro Niebla en la Ciudad de México.
En ese espacio pequeño, casi íntimo, el cancionero se volvió cuerpo y respiró junto al público. La atmósfera del foro permitió una cercanía rara en los conciertos, como estar rodeado de amigos en un círculo de confianza. Un lugar donde podías llorar sin esconderte, cantar sin medir la voz y dejarte tocar por canciones que, al salir de la boca de Pablo, dejaban de ser solo suyas. Se transformaban en algo colectivo, como si cada nota absorbiera las emociones del público y las devolviera convertidas en un eco compartido.
Pablo subió al escenario cuando la noche ya había caído en la caótica Ciudad de México y la lluvia mojaba el cemento. Lo hizo acompañado de una pequeña banda: un saxofonista y un baterista que se movían entre instrumentos con una versatilidad que parecía un baile, pasando de teclados a guitarras con naturalidad. Él, con su guitarra siempre cerca, hilaba cada canción. Lo que parecía sencillo al inicio se transformó en algo inmenso. La vulnerabilidad se volvió un abrazo colectivo, y el foro se convirtió en un refugio donde todos compartimos un mismo pulso, como si formáramos parte del cancionero vivo que Pablo había creado.
Desde el arranque, el aire se cargó de una emoción difícil de nombrar. Abrió con una mezcla de Canciones en mí y ¿Dónde estás?, una canción con un ritmo vibrante que habla de la lucha interna entre el deseo y la indiferencia, de esas contradicciones que pesan más que las palabras. Siguió con una serie de canciones que desnudaban emociones crudas: el dolor de lo que se pierde, la sanación que llega al aceptarlo, la búsqueda de sentido en las grietas del corazón. De vez en cuando, una balada sutil, se clava como un recuerdo que duele pero consuela, hablando de la promesa de seguir cuidándose a uno mismo, incluso cuando alguien se va y el olvido parece inevitable. Luego vino Vida nueva, donde los toques electrónicos se entrelazaban con la guitarra acústica, evocando la chispa de perseguir a alguien que te deslumbra, un impulso que desbarata cualquier plan previo. Pablopablo no solo cantaba; narraba con una voz que se quebraba en los momentos justos, dejando que la emoción hablara por sí sola.
El concierto recorrió todo el álbum Canciones en mí, canción por canción, como un hilo que nos unía a todos. Todavía, con su calidez melódica, tocaba las fibras de lo que se queda detenido en el tiempo, como un instante que se niega a desvanecerse. No faltaron las colaboraciones que dan vida al disco: De ti, con una frescura juguetona que evocaba a Amaia aunque no estuviera presente, y el momento luminoso cuando invitó a Macario Martínez al escenario para Ojos de ajonjolí. Inspirada en el folk uruguayo de Eduardo Mateo pero con un guiño a los corridos mexicanos, la canción fue un puente entre mundos. En una entrevista, Pablopablo compartió cómo buscaba una palabra en náhuatl que rimara con ‘i’, y Macario propuso ‘ajonjolí’. “Fue una canción mágica de escribir”, dijo, “como ir juntos a la guerra”. La tocaron con una química palpable, la guitarra llevando el peso de la melodía, y el foro entero se convirtió en un eco de esa magia.
Pero el concierto no se quedó en el nuevo disco. Pablopablo rescató canciones más viejas, esas que han ido acumulando capas de vida en sus seguidores. En un gesto que parecía un guiño personal, cedió a un pedido insistente de un fan en Instagram y tocó Lejos de más. La interpretó con una guitarra eléctrica que vibraba baja, como un secreto susurrado al oído, y el público la coreó como si fuera un himno propio. Fue uno de esos instantes donde el concierto deja de ser un espectáculo y se convierte en un encuentro, donde el artista y la audiencia se funden en el mismo latido emocional.
Entre canción y canción, habló de su amor por México, de cómo este país lo abraza sin preguntas. “Qué fácil es quererte”, cantaba en Será x mí, y no era solo una frase; se sentía en el aire, en los aplausos que eran más que ruido, eran cariño devuelto. Y qué fácil es quererlo a él, con su conexión genuina, sin artificios. En Las tuyas, la penúltima del concierto, tocó el tema del apellido que carga: hijo de Jorge Drexler. En esa canción habla de apartar esa sombra para trazar su propio sendero. Pablopablo no es Drexler; es Pablopablo y en esa distancia hay también un camino propio.
Todo fluía: las emociones se entrelazaban sin aviso. Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de felicidad por estar ahí, nostalgia por lo que las canciones removían y tristeza por los dolores que evocaban. Era como si el disco entero, vivo en el escenario, nos permitiera soltar lo que llevamos dentro sin necesidad de etiquetas. La banda, con su versatilidad, elevaba todo a un nivel donde la sencillez inicial se transformaba en una experiencia densa, llena.
Canciones en mí no era solo un disco ni un concierto; era un espacio donde el dolor podía ser belleza y la belleza podía doler, y donde dejarnos atravesar por eso era suficiente. Cuando las luces se apagaron despacio, el Foro Niebla se quedó en silencio un segundo, como conteniendo el aliento en una Ciudad de México que siempre corre, siempre apura, siempre exige. En ese instante, Pablopablo nos había dado un refugio, un paréntesis para ser vulnerables juntos, en una ciudad que rara vez se detiene pero que, esa noche, pareció cantar al unísono con él.
La incertidumbre nos aterra, por eso, somos expertos en tratar de ocultar esa verdad que sólo se va descubriendo con los años: no tenemos idea de qué estamos haciendo. Y ante esa insoportable verdad, nos inventamos fórmulas que prometen mitigar lo desconocido. Como si nuestra vida se tratara de un experimento de laboratorio, convertimos la vida, y las decisiones, en un método científico que buscamos nos de un rumbo más certero.
El mito de climbing the corporate ladder o subir la escalera profesional es uno de los engaños más fuertes para mantener el sistema. Para borrar al cuestionamiento de la ecuación. Este mito, dice por ahí, que a los 18 años sabemos qué queremos hacer con el resto de nuestras vidas. Que vamos a tener una pasión clarísima y entonces vamos a estudiar una carrera profesional que nos lleve por ahí. Luego, a los cuatro años vamos a salir de la universidad con un trabajo corporativo y vamos a ir colgándonos de títulos con nombres rimbombantes que nos hagan sentir que el dedicar nuestra vida a una empresa vale la pena. Que vamos a escalar de forma vertical hasta llegar a la cima y que ahí, en donde llega poco oxígeno y se ven las montañas blancas, vamos a encontrar la felicidad.
Fui a una universidad que me metió este camino hasta la tráquea. En la que no había espacio para salirse del camino riguroso. Aquí todos estudian, entran a un corporativo o consultora, aplican a un Master of Business Administration (MBA), se casan y regresan a la carrera de subir escalones. Suena como un buen plan, tanto, que yo pensé que lo quería. Y de hecho, me cuesta soltar la idea de que no estoy escogiendo esto. Suelto la idea con culpa, con pena y a veces hasta con un poquito de decepción. Por años construí mi plan de vida alrededor de este ideal y cuando descubrí que mi felicidad se escondía en lugares diferentes quise taparme los ojos para no tener que destruir esa idea de mí.
Ahora, estoy en un lugar diferente. Mi gente y yo nos hemos dado cuenta de que climbing the career ladder es un mito y es un mito que está muriendo (si no es que ya está enterradísimo). Hoy ya no queremos que el éxito sea medible en títulos, promociones y KPIs. En un mundo tan cambiante y que avanza a pasos agigantados, en unos años los puestos por los que trabajamos podrían desaparecer. Hoy el éxito entonces, es también un concepto mucho más maleable y flexible. Para mí, el verdadero éxito hoy se mide en cuánta agencia y libertad tengo. Agencia para explorar, para descubrir(me), para evolucionar en mis propios términos.
Esto ha desatado críticas para la generación Z y las que la prosiguen. Que si no tenemos compromiso, que si nos rendimos fácil, que si queremos todo rápido, que si no somos pacientes, que si somos la generación de cristal. Pero, yo no creo que sea así. Seguimos teniendo un mapa, solamente se ve diferente. Es uno que no marca un único camino, sino que ofrece rutas alternas, escondidas, no habitadas. Y eso, es el regalo más grande que los años me están dando. El saber que hay caminos desconocidos que pueden llevarme a mi definición de éxito. Que hay mesas con sillas vacías que ya tienen mi nombre, pero todavía no las encuentro. Y como todo lo desconocido, hay dos lados de la moneda: uno emocionante y otro solitario y lleno de miedo.
Nirit Cohen, estratega de Recursos Humanos, escribe en un artículo para Forbes que en la actualidad los jóvenes construyen su carrera profesional en torno a sus habilidades, más allá de los roles, lo que les da más control sobre su futuro. Es decir, hoy no se trata tanto del nombre rimbombante del título, sino del desarrollo de habilidades que puedes aplicar en cualquier sector. También agrega que hoy, con estas carreras “no lineales”, la estabilidad se encuentra en la adaptabilidad.
Yo he saltado de una carrera a otra. Primero porque estaba perdida y después porque me di cuenta que mientras desarrolle habilidades y tenga la capacidad de adaptarme a cualquier entorno, puedo ser una buena trabajadora en cualquier sector que escoja. Esto me ha dado la oportunidad de intentar diferentes pasiones e ir ajustando el trabajo a mi y no al revés. No digo que se trate de ir intentando todo, pero creo que hay algo muy valioso en buscar lo que más se adapte a tu definición de éxito, porque ahí es donde se encuentra la verdadera satisfacción personal, al menos para mí.
Una amiga me compartió un Ted Talk llamado Forget the Corporate Ladder–Winners Take Risks. En éste Molly Graham dice: “Los ganadores asumen riesgos porque comprenden que el crecimiento y el éxito se logran al aventurarse en lo desconocido. Aceptan la incertidumbre, sabiendo que las mayores recompensas se encuentran más allá de la seguridad de las zonas de confort”. Y es que por más cliché que suene, creo que el crecimiento siempre se encuentra en lo desconocido. Solo cuando nos atrevemos a ir en busca de lo que nos enciende el alma, es donde logramos ver nuestro verdadero potencial. Hoy el éxito para mí se mide en poder dar pasos que se sientan mucho más míos, arriesgarme a vivir una vida en mis términos aunque sea desconocido y confiar en que sea a donde sea que vaya siempre estoy desarrollando más habilidades.
No sé si el escalar la carrera profesional sea un concepto que está muerto, pero al menos, considero que es uno que está en remodelación. Se está adaptando a una nueva realidad y nosotros nos estamos adaptando con él. El éxito está en un período de transición y este vacío nos invita a movernos por senderos que todavía están llenos de maleza. Y quién sabe qué podamos encontrar por ahí, pero estoy segura que es algo interesante y emocionante.
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