Las infancias que pagan el precio de un país roto

Nos falta un país donde las infancias no mueran en sus camas, donde las deudas no se paguen con sangre, donde los niños y niñas no sean el blanco de un sistema que se desmorona.
Pareciera que la violencia en México ya no es una noticia, sino una cotidianidad. Vivimos en la certeza de que la justicia es un lujo que solo a unos pocos les toca, un eco que se pierde mientras las infancias pagan el precio de un país roto. Y es que de acuerdo a la Red por los Derechos de la Infancia, en México, en 2025, en promedio 2.2 niñas, niños y niñxs son asesinadxs cada día. En una década, de 2015 a mayo de 2025, al menos 10,334 infancias han sido asesinadas, pero no son números, son nombres, son historias, son heridas que no cierran.
El 28 de julio, Fernando, un niño de cinco años, fue secuestrado en su casa en Los Reyes, La Paz, Estado de México. ¿La razón? Una deuda de mil pesos de Noemí, su mamá. Noemí acudió al Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, el DIF y a la Fiscalía, suplicando intervención, pero las respuestas fueron lentas, envueltas en burocracia. Días después, el 4 de agosto, el cuerpo de Fernando fue encontrado en la casa de los presuntos responsables en estado de descomposición. Tres personas, dos mujeres y un hombre, fueron detenidas y vinculadas a proceso por secuestro, aunque el caso sigue en desarrollo. Recientemente, Noemí ha denunciado amenazas de muerte por parte de la policía municipal de género, un recordatorio más de cómo la violencia no termina con una detención.
En Chalco, a pocos kilómetros de Los Reyes La Paz, otra tragedia marcó a una familia. Dulce, de 12 años, dormía en su casa la noche del 12 de agosto de 2025, cuando un grupo armado irrumpió. Más de 20 balas atravesaron las paredes, alcanzándola en el pecho y las piernas. Según el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, el ataque podría estar relacionado con una deuda vinculada al narcomenudeo, posiblemente ligada a la pareja de su madre.
Entre lágrimas, la gobernadora Delfina Gómez expresó un dolor visible, lamentando que las autoridades no actuaran a tiempo. Su angustia parece sincera, un peso real sobre los hombros de quien gobierna, pero, gobernadora, no se trata solo de llegar a tiempo. Nos falta un país donde las infancias no mueran en sus camas, donde las deudas no se paguen con sangre, donde los niños y niñas no sean el blanco de un sistema que se desmorona.
La presidenta Claudia Sheinbaum, en su conferencia mañanera, aseguró: “Lo importante es que no haya repetición de este caso de una madre que pide apoyo a la autoridad y que, por una u otra razón, no se le da.” Son palabras que hemos escuchado muchas veces, pero las acciones concretas siguen siendo escasas. No ignoro los avances que sí hemos tenido, pues no son menores. Una reducción del 32.9% en homicidios dolosos entre septiembre de 2024 y abril de 2025, pasando de 86.9 a 58.3 víctimas diarias, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. También aplaudo que millones han salido de la pobreza extrema. Pero, presidenta, ¿qué significan estas cifras para quienes aún temen por sus hijos, por sus propias vidas? No podemos bajar la guardia. Para muchas familias la realidad sigue siendo el temor, la desconfianza en las autoridades, en fiscalías que archivan casos, y el peso de una impunidad que deja el 97% de los delitos contra infancias sin justicia. Aplaudimos los pasos adelante, pero la paz seguirá siendo una promesa lejana mientras el narcomenudeo, las extorsiones y la falta de acceso a seguridad siga atrapando a las comunidades más vulnerables
Los casos de Dulce y Fernando no son anécdotas aisladas en un México pacífico; forman parte de un tapiz más amplio donde la violencia toca a las infancias con una frecuencia que exige atención. Según la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), entre enero y mayo de 2025 se registraron 332 homicidios dolosos de menores, una disminución del 13.8% respecto a 2024, pero aún parte de los 10 mil 334 casos acumulados desde 2015. Además, las desapariciones de menores han aumentado un 13% en los primeros siete meses de 2025, según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas.
En el Estado de México, epicentro de estos incidentes recientes, la violencia familiar y los homicidios de menores generan oleadas de indignación, manifestadas en vigilias, plantación de árboles en memoria de Fernando y velas por Dulce. Sin embargo, detrás de los casos que capturan titulares, como estos dos, hay innumerables otros que no llegan a los medios: familias que no denuncian por miedo, investigaciones que se archivan por falta de recursos, o muertes reclasificadas en categorías como "homicidios culposos" u "otros delitos contra la vida", que según organizaciones como Causa en Común han crecido un 103% entre 2018 y 2024. Estas fallas sistémicas dejan a las infancias y a sus familias expuestas, atrapadas en un ciclo donde la pobreza y la violencia se alimentan mutuamente, convirtiendo a los más vulnerables en blanco fácil de redes criminales.
Sus historias no son solo estadísticas; son un recordatorio de lo que está en juego. México pierde a sus infancias a un ritmo que avergüenza, superando en ciertos períodos las tasas de homicidios de menores en países en guerra como Afganistán o Ucrania. Esquemas como los “montadeudas” prosperan a plena luz, explotando necesidades que los programas sociales no cubren, con más de 7 millones de fraudes y 5 millones de extorsiones al año y solo una fracción investigada. Urge desmantelar el narcomenudeo que atrapa a adolescentes, fortalecer al DIF para que no ignore a madres como Noemí, garantizar créditos justos que eviten trampas predatorias, y capacitar a más policías y fiscales para romper la impunidad.
No podemos seguir aceptando un país donde la vida de un niño vale menos que una deuda de mil pesos. Las historias de Fernando y Dulce exigen más que luto; exigen acción. Cada vigilia, cada árbol plantado, es un grito de una sociedad que no se resigna. Necesitamos seguridad, instituciones que respondan antes de que sea tarde, una justicia que no sea la excepción, un México donde las infancias crezcan sin temor. Los avances son reales, pero insuficientes si no se traducen en sistemas que permitan a las familias salir adelante por sí mismas, con oportunidades sostenibles que rompan el ciclo de pobreza y violencia. Por Fernando, por Dulce, por los miles de nombres que no llegan a los titulares, debemos exigir un cambio que no solo cuente números, sino que salve vidas.

Comments ()