No contaban con su astucia: Ca7riel y Paco Amoroso en el Palacio de los Deportes

No contaban con su astucia: Ca7riel y Paco Amoroso en el Palacio de los Deportes
Mariana Lara
Ca7riel y Paco son como esos amigos que arman un desastre en una reunión y terminan siendo el alma de la fiesta.

Mi garganta sigue resentida de tanto gritar, mis pies piden clemencia después de tanto salto, y todavía no puedo borrar la sonrisa que se me pegó el viernes 15 en el Palacio de los Deportes, donde Ca7riel y Paco Amoroso armaron una fiesta inolvidable. 

Desde afuera, la vibra caótica entre sombreros peludos azules y chalecos con corazones de peluches ya anticipaban lo que vendría. Una noche de pura diversión, como si nos hubieran invitado al universo privado de estos dos amigos que hacen música solo porque les divierte. Pero más allá de la juerga, su show destapó esa esencia burlona que los define, en el que  se ríen de sí mismos, de la fama repentina y de la industria musical, como en su EP Papota, un proyecto que desarma el “síndrome del impostor” y el peso de saber que el éxito podría desvanecerse tan rápido como llegó. Sin planearlo, lograron que miles nos sintiéramos parte de su grupo, conectados por esa autenticidad que transforma lo absurdo en algo profundo.

Ca7riel y Paco son como esos amigos que arman un desastre en una reunión y terminan siendo el alma de la fiesta. Su amistad viene de lejos: desde chicos compartían talleres de música, aprendiendo instrumentos y forjando una química que los llevó a formar bandas experimentales, Astor y las Flores de Marte, donde durante siete años mezclaron rock, funk y reggae en escenarios under. En 2018, ya como dúo, sacaron tracks como Piola, que marcó su giro hacia lo urbano sin perder esa raíz jazzística y roquera. Antes de su boom global con el Tiny Desk Concert de NPR en octubre de 2024, ya llenaban venues como el Estadio Obras en Argentina con hits como Ouke, Cono Hielo y colaboraciones con Bizarrap. Pero ese concierto íntimo, que suma más de 41 millones de vistas, los lanzó al estrellato mundial, abriendo puertas a giras internacionales y a robarse premios como los Gardel 2025. Su música mezcla trap, funk, cumbia rebajada y un humor tan absurdo que desarma, conectando porque es puro goce sin pretensiones.

En Papota (marzo de 2025), un EP y cortometraje que mezcla canciones nuevas con su Tiny Desk, se burlan de la fama “inflada” como músculos con esteroides, de ahí el título, aludiendo a suplementos rápidos. Temas como Impostor capturan precisamente el síndrome del impostor, ese miedo a no estar a la altura, un sentimiento que han confesado en entrevistas hablando de la presión del éxito repentino, el miedo a que “la caída venga pronto” y cómo la viralidad en redes puede ser tan efímera como adictiva. Esa mezcla de burla y vulnerabilidad los hace únicos: te hacen bailar, pero también te hacen pensar en lo frágil que es la cima.

Estar con mis mejores amigos, cantando hasta quedarnos sin aire, fue como subirse a una montaña rusa emocional donde pasas de la risa al grito en segundos. El setlist, un viaje por su universo caótico, arrancó con tracks de Baño María (2024) como Dumbai, con una intro potente que en vivo te sacude, seguido de Baby Gangsta y Mi Diosa, que explotan con energía callejera y letras sin filtro. Luego vino Día del Amigo, una canción que parece tonta con sus letras de charlas sin sentido, pero que en el concierto se convirtió en un himno a la amistad genuina y despreocupada. Saltando abrazada de mis amigos y gritando “tú erés mi amigo” (sí, así de burda es la letra) me pegó tan fuerte que casi lloro, como si capturaran lo que nos une más allá de las poses de la industria. También sonó Ouke, ese clásico de sus inicios con cumbia rebajada y un flow hipnótico, que lleva el sello de su etapa en ATR VANDA, cuando tocaban con una banda en vivo que le daba un toque orgánico y punk a su sonido. Cerraron con El Único, un tema que cuenta con humor cómo descubren que ambos salían con la misma persona, y que en vivo se transforma en una comedia espontánea. El ritmo dembow hizo que el estadio entero estallara, todos gritando a pleno pulmón: “¿Tatuaje en el cuello?”, como si fuéramos parte de su broma colectiva.

La producción del concierto fue una locura absoluta, pensada para reflejar su filosofía de vivir el momento. Arrancaron con una entrada imponente, ellos parados en silencio al centro del escenario, absorbiendo los gritos del público mientras se prendían llamas y el estadio rugía, antes de explotar en energía. Cabezas inflables gigantes de Ca7riel y Paco crecían con los gritos de la gente, como si nuestra energía las alimentara, haciéndonos sentir parte del show. Pantallas con un “ChadGPT” daban instrucciones absurdas, pidiéndonos que nos “inflemos” (un guiño al ego y al físico exagerado que parodian en Papota). Las luces, un remolino de colores neón, seguían el ritmo de las canciones, subiendo la adrenalina en momentos como el drop de Sheesh, que hizo temblar el estadio. La banda, con toques de jazz y rock progresivo, añadía profundidad a lo urbano, con bajos pesados que hacían que canciones como #TETAS resonaran más allá del baile. Y en lugar de los clichés de rockstars de antes, metieron bodybuilders en escena, una burla descarada al estereotipo del “chad” que te hacía reír de lo ridículo y soltar cualquier inhibición.

Aunque Ca7riel y Paco no son de los que se acercan mucho al público o charlan con la gente, te hacen sentir parte de su mundo de una manera única. En cada ciudad que visitan, se visten con algo que rinde homenaje al lugar, y en México no fue la excepción. Lucieron trajes que evocaban a los mariachis, pero exagerados, con hombreras enormes que parecían gritar “somos México, pero a nuestra manera”. Ese guiño, junto con el “ChadGPT”, te hacían sentir que no eras solo un espectador, sino parte de su desmadre. Al final, Ca7riel cerró con una frase que resonó en todo el estadio: “¡No contaban con mi astucia!”, la icónica línea del Chapulín Colorado, eso desató una ovación porque era como si nos hablaran directamente a nosotros, celebrando nuestra cultura con ellos.

Cuando salimos, escuché a varias personas, incluidos mis amigos, decir que fue uno de los mejores conciertos de sus vidas. No es para menos, fue una noche para soltar todo, cantar hasta quedarte sin voz y bailar hasta que te duelan los pies (y pensar que en México pasaron de venues de mil personas hace un año a 20 mil ahora). Ca7riel y Paco Amoroso no solo dieron un show; crearon un espacio donde podías ser tan absurdo como ellos, cuestionar la fama efímera y sentirte más vivo que nunca. Ese “éxito de la noche a la mañana” del que tanto hablan, fue en realidad el fruto de años de preparación, de tocar en bandas under y afinar su sonido, lo que los pone en la cima, donde deberían estar. Si alguna vez tienes la oportunidad de verlos, no lo pienses: lleva a tus mejores amigos y prepárate para una noche que no olvidarás.

(Por cierto, regresarán a la capital el 23 de septiembre como openers de Kendrick Lamar, si tienes tu boleto, sí o sí llega temprano.)

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