No Kings Day: un grito contra el poder en un país fracturado

No Kings Day: un grito contra el poder en un país fracturado
Mariana Lara Salazar
No era solo una protesta contra un presidente que parece embriagado de poder, sino un grito colectivo contra la deshumanización 

El 14 de junio de 2025, mientras tanques retumbaban por las calles de Washington, D.C., y aviones rayaban el cielo en un desfile militar para conmemorar el 250 aniversario del ejército estadounidense, coincidiendo con el cumpleaños 79 de Donald Trump,  millones de personas en todo el país alzaban la voz en las calles. No era solo una protesta contra un presidente que parece embriagado de poder, sino un grito colectivo contra la deshumanización de quienes son vistos como "otros" en un país que presume de libertad. En Los Ángeles, Nueva York, Filadelfia, y hasta en pequeños pueblos de Indiana, el movimiento “No Kings Day” reunió a millones de personas en más de mil manifestaciones para rechazar el autoritarismo de Trump y sus políticas anti inmigrantes.

Las redadas de ICE, intensificadas en las últimas semanas, han desgarrado comunidades. En Los Ángeles, la tensión estalló tras una semana de protestas contra las deportaciones masivas. La administración Trump desplegó 2 mil efectivos de la Guardia Nacional y 700 marines, una acción que un juez federal declaró ilegal el 12 de junio, pero que no detuvo la maquinaria de represión al ser anulado posteriormente. En la víspera del desfile, la policía en Los Ángeles usó gases lacrimógenos y porras contra manifestantes, mientras en otros puntos de la ciudad se reportaron enfrentamientos y quema de banderas estadounidenses como acto de resistencia. Este no es solo un choque de ideologías; es un reflejo de un país fracturado, donde un conductor que embistió a manifestantes en Chicago es celebrado en redes como héroe, mientras familias son separadas sin contemplaciones.

La narrativa de Trump, que equipara a los inmigrantes con criminales, no es nueva, pero su impacto es cada vez más devastador. Desde 2017 miles de niños han sido separados de sus padres por las redadas de ICE, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses. Estas no son cifras abstractas: son madres arrancadas de sus hijos, padres deportados tras décadas de construir una vida en Estados Unidos, jóvenes que llegaron siendo niños y ahora enfrentan la incertidumbre de un país que los rechaza. Mientras tanto, Trump, desde su trono en Washington, saludaba a 6,700 soldados, 150 vehículos militares y 50 helicópteros, en un espectáculo donde el costo parece irrelevante. Pero que no se justifica cuando se recortan fondos para trabajadores, educadores, científicos o programas de ayuda. 

En las protestas, las banderas mexicanas ondeaban como símbolos de resistencia, especialmente entre los hijos de inmigrantes nacidos en Estados Unidos que ahora disfrutan llamar “no sabo kids”. Algunos los acusan de no tener derecho a protestar porque “no son de México”. Pero, ¿qué bandera deberían alzar cuando ICE toca a la puerta de sus familias? Esa bandera no reclama un territorio; es un escudo contra un sistema que los deshumaniza. Criticarlos desde México, diciendo “que se vengan si tanto quieren a su país”, ignora que muchos son de segunda o tercera generación, con vidas arraigadas en Estados Unidos. Ignora que migrar no es un trámite legal, sino una búsqueda desesperada por una vida mejor, a menudo huyendo de la violencia o la pobreza. Ignora que la migración es, ante todo, un acto humano.

El desfile de Trump, con su grandeza marcial y fuegos artificiales, no fue solo una celebración del ejército o de su cumpleaños. Fue una exhibición de poder que recuerda a regímenes autoritarios, como lo señalaron críticos que compararon el evento con desfiles en Moscú o Pyongyang. Mientras tanques Abrams y vehículos Bradley rodaban por Constitution Avenue, los manifestantes en todo el país, desde Dallas hasta Seattle, alzaban pancartas con mensajes como “No a la militarización de la democracia” y “¿Dónde está el debido proceso?”. Las movilizaciones son un recordatorio de que el poder no está en los tanques ni en los desfiles, sino en las personas que se niegan a ser silenciadas, que marchan pese al miedo, que resisten frente a un gobierno que los criminaliza.

El “No Kings Day” no fue solo una reacción al desfile de Trump. Fue un rechazo a un gobierno que usa el ejército contra su propio pueblo, que despliega marines en Los Ángeles para sofocar protestas, que amenaza con “fuerza pesada” a quienes ejercen su derecho a disentir. Es un recordatorio de que los derechos humanos no se limitan a un pasaporte o una frontera. Es un grito por la humanidad de quienes migran, de quienes resisten, de quienes se niegan a ser silenciados. Porque cuando un presidente convierte un desfile militar en un espectáculo para exaltar su propia imagen, y cuando la violencia contra manifestantes es aplaudida, la pregunta no es solo qué tan mal está el mundo, sino cuánto estamos dispuestos a hacer para recuperarlo.

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