Entre la boleta y el escepticismo

Entre la boleta y el escepticismo
Mariana Lara

Escribo porque necesito poner en palabras esta duda que se me ha instalado y que, a estas alturas, ya se siente como parte del mobiliario mental.

Votar o no votar… durante mucho tiempo mi respuesta fue un sí rotundo. Siempre creí que había que salir a votar, que la apatía no podía ganarnos. Pero en estas elecciones judiciales, la respuesta no ha sido tan clara. La pregunta me ha rondado la cabeza por meses. Tal vez tú, que estás leyendo esto, ya lo tienes decidido: sabes si vas a votar o si simplemente no irás.

Hoy escribo, no para convencerte de nada, sería incoherente cuando ni yo lo tengo claro, ni para decirte qué hacer o juzgar de quien decida una cosa u otra.

Escribo porque necesito poner en palabras esta duda que se me ha instalado y que, a estas alturas, ya se siente como parte del mobiliario mental.

Antes de empezar a escribir esto, necesito ser honesta: me siento completamente perdida sobre cómo será esta elección. No sé ni un solo número, y mucho menos cómo se vota. Quizá alguien dirá: “Pues claro, no te has informado.” Y probablemente tengan razón. No he hecho una investigación a fondo sobre los candidatos ni sobre el proceso de votación. Pero, sinceramente, a veces me da la impresión de que ni el propio gobierno tiene claro cómo se vota. Entonces, ¿qué me motivaría a hacer esa investigación?

He escuchado una y otra vez que esta elección ya está arreglada, que es un fraude, que los candidatos fueron elegidos mucho antes de que a nosotros nos dijeran que podíamos opinar. ¿Y entonces? ¿Para qué votar? ¿Para qué participar en un proceso que, desde el inicio, parece tener trampa?

En las últimas semanas, he recibido sermones de ambos lados.

Que claro que debo votar, que es mi derecho, que es una forma de resistencia. Que el proceso electoral no termina el 1 de junio: sus resultados impactarán nuestras vidas durante años. Votar, dicen, es una forma de acercarnos, aunque sea un poco, a los cambios que vienen, queramos o no. Porque el cambio, bueno o malo, viene.

También he recibido sermones del otro lado: que no hay que votar, que hay que boicotear. Que no hay que legitimar un proceso que es una farsa. Que cuando los candidatos no son elegidos por mérito sino por lealtades políticas, terminan al servicio del poder, sin autonomía. Y ese es solo el inicio de una lista que podría tomar días enumerar. Hasta ahora, si soy honesta, he escuchado más argumentos en contra de esta elección que a favor.

Aun así, los escucho todos. Y, la verdad, todavía no sé qué voy a hacer.

Lo que sí sé es que, en este momento, si llego a votar será más por curiosidad que por convicción. Por estar ahí, ver la boleta, observar cómo se ve ese acto. Marcar algo… o tal vez no marcar nada. Pero no porque sienta que ese gesto va a hacer una diferencia inmediata, sino porque necesito ver por mí misma de qué se trata todo esto.

Como lo he dicho a lo largo de este texto, no vengo a darte respuestas. Solo quiero compartir este cortocircuito que traigo encima: entre la apatía, la duda, el escepticismo y un leve sentido del deber. Entre las ganas de gritar “esto no me representa” y las ganas de, al menos, mirar de cerca qué se está decidiendo.

Mucho se ha dicho sobre lo que implica esta elección. Que es una amenaza. Que es una oportunidad. Que es histórica. Que es trampa. Que es todo eso al mismo tiempo. Que México no está preparado para una elección judicial de esta magnitud. Y yo, que usualmente soy más de blanco o negro, en esto solo veo grises.

Y es en esos grises donde se empiezan a revelar cosas que incomodan. Porque, más allá del discurso oficial, hay detalles que no cuadran, que preocupan, que no se pueden ignorar. Dicen que no somos el único país que elige jueces, y es cierto. Pero lo que está pasando aquí tiene particularidades que vale la pena mirar de cerca.

Sí, en otros países también se elige al poder judicial. Lo dice la presidenta, lo repiten sus voceros. Pero en esos lugares no parece haber tanta opacidad, ni esa sensación de que el proceso está diseñado para confundir. Aquí, en cambio, hay rumores de listas predeterminadas, de decisiones que se tomaron mucho antes de que las boletas llegaran a nuestras manos. Saber esto me hace dudar aún más: ¿cómo confiar en un proceso que desde el inicio parece estar sesgado? Es como si la decisión ya estuviera tomada, y mi voto fuera solo un trámite.

Y creo que ahí vale la pena hacer una pausa. No se trata solo de votar o no votar, sino de preguntarnos qué significa participar en un sistema que no termina de aclararse. ¿Es este el proceso que debería definir el futuro de la justicia en México? Esa pregunta, más que ninguna otra, es la que me tiene atrapada en este mar de grises.

También, en otros países, la gente al menos sabe cómo votar. Aquí, ni siquiera eso. Según una encuesta de Enkoll para El País, solo el 48% de la población sabe la fecha de las elecciones. Ni siquiera saben que este domingo se vota. Y no los culpo. El diseño mismo de esta elección hace que la información no fluya, que no se entienda. Si en una elección “normal” ya es difícil decidir por quién votar, en esta, con tantos puestos en juego, se vuelve casi imposible. 

También me inquieta la indiferencia que realmente se siente en el ambiente. Porque ojo: no estar convencidos no es lo mismo que ser indiferente. Son cosas muy distintas. Una cosa es dudar, cuestionar, sentirse en conflicto. Otra muy diferente es decir “esto no me importa”. Y eso sí me preocupa, porque lo que está en juego es quién va a tener poder sobre la justicia en México. Quién decidirá sobre derechos, sobre libertades, sobre vidas. Y eso, nos guste o no, sí importa.

Entiendo cuando alguien dice: “no podemos dejar esto en manos de unos pocos”. Pero también siento que ya lo dejamos. O tal vez, más bien, nunca estuvo realmente en nuestras manos. Solo nos están pidiendo que validemos una decisión que ya fue tomada desde antes.

No puedo afirmar que esta elección esté arreglada. Pero sí puedo decir, sin dudarlo, considerar que está mal hecha. Que tiene vacíos, fallas, y un diseño que no estamos preparados para enfrentar. Son más de 800 candidaturas. ¿Quién tiene el tiempo, las ganas o la energía para investigar a todas?

El INE estima que solo entre el 8 y el 20% de la población va a votar, un número que pesa como una alarma silenciosa. ¿Nos toca protestar? ¿Nos toca votar? Tal vez, como yo, sientas que ambas opciones son válidas y a la vez insuficientes. No tengo una respuesta clara, y quizás tú tampoco. Pero sé que nombrar esta duda, este enredo, es un primer paso para no dejar que la indiferencia gane. Decirlo en voz alta nos recuerda que no estamos solos en este limbo, que nuestras preguntas son compartidas, y que, aunque no resolvamos todo hoy, empezar a hablar ya es una forma de resistir. Porque en este México de grises, cada palabra que cuestiona, que duda, que se atreve a mirar de cerca, es un acto de fuerza.

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