La ilusión de los valores occidentales

La ilusión de los valores occidentales
María Fernanda Pérez Martínez
¿Tiene el mismo efecto en nuestra sociedad ver imágenes de un atentado en España que cientos de cuerpos apilados en Ruanda? 

Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente promovió un nuevo orden basado en instituciones y valores que velarían por la cooperación internacional y la protección de los derechos humanos. Esta promesa es una falacia. Las instituciones creadas para preservar la paz y la dignidad humana funcionan dentro de un contexto de segregación, donde el derecho a vivir es frágil y revocable para aquellos grupos considerados “otros” o simplemente prescindibles.

Los valores occidentales llevan décadas difundiendo discursos sobre libertad, respeto a los derechos humanos, democracia e igualdad. En la práctica, los gobiernos que más los proclaman son quienes menos los aplican, o solo lo hacen cuando les conviene, particularmente cuando se violan los derechos de “los suyos”. Y nosotros nos hemos acostumbrado. Hemos normalizado esta doble moral donde los derechos humanos son ahora cuestión de geografía.

Pensemos un poco: ¿tiene el mismo efecto en nuestra sociedad ver imágenes de un atentado en España que cientos de cuerpos apilados en Ruanda? ¿Reaccionamos igual ante ambos horrores? ¿Nuestra perspectiva y comentarios son los mismos en ambas situaciones? Probablemente no. Esa diferencia de empatía también se refleja en la cobertura mediática de los conflictos y en la actuación de los propios Estados occidentales.

Cuando Rusia atacó a Ucrania en 2022, Occidente reaccionó con sanciones inmediatas, aislamiento diplomático, exclusión comercial y una cobertura mediática sumamente crítica hacia Rusia. Muchos apoyaron estas medidas y muy pocos las cuestionaron. Sin embargo, frente al genocidio contra el pueblo palestino, Israel sigue comerciando, participando en eventos internacionales y recibiendo apoyo militar. Muy pocos líderes se atreven a condenarlo, y muchos guardan un silencio que se vuelve cómplice.

Como advierte el filósofo camerunés Achille Mbembe en su obra Crítica de la razón negra, al referirse a la distinción entre “razas”:

“En medio de un Estado que, a la vez que celebra la libertad y la democracia, no deja de ser esclavista en sus principios.”

Esta frase resume el problema de fondo y nos ayuda a entender las dinámicas actuales: los valores que tanto presume Occidente, y los líderes que los promueven, hacen diferenciaciones y los aplican de forma selectiva. Persiste una lógica de exclusión entre un “ellos” y un “nosotros”, y esta lógica es sumamente peligrosa, pues clasifica moralmente quién merece vivir y quién no.

El genocidio contra la población palestina es un ejemplo de las fallas del sistema internacional, así como de la incompetencia del Derecho Internacional para proteger los derechos humanos a nivel global. Desde antes de los hechos del 7 de octubre de 2023 en Israel, se presenciaban ya actos que daban indicios de un genocidio. Es en la ignorancia de estos donde los Estados comienzan a fallar, incumpliendo a nivel internacional su compromiso de prevenir este crimen.

De acuerdo con el Artículo 1 de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, los Estados se comprometen a prevenir y sancionar. Como ya mencioné, no existió prevención alguna. Pero ¿qué ha pasado con la sanción?

En noviembre de 2024, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió órdenes de arresto contra el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y su exministro de Defensa Yoav Gallant por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Ambos continúan libres.

Para entender lo absurdo del funcionamiento del orden internacional, es necesario mencionar ciertas particularidades relevantes. Aquellos Estados que no adopten el Estatuto de Roma ni sean miembros de la CPI no están sujetos a su jurisdicción. Israel y Estados Unidos no son miembros ni firmantes, por lo que se han permitido ignorar sus decisiones sin consecuencia alguna. Netanyahu incluso participó en la Asamblea General de la ONU en Nueva York a finales de septiembre de este año, aun con una orden de arresto, y pese a que el propio organismo reconoció los cinco actos genocidas cometidos por su gobierno días antes.

Además, en abril de este año, durante su visita a Hungría —país miembro de la CPI y con obligación de arrestarlo—, el primer ministro Viktor Orbán se negó y anunció el retiro de su país del Estatuto de Roma. Estos hechos revelan que, dentro de las reglas, existen lagunas; los Estados actúan de acuerdo con sus propios intereses, sin consecuencia alguna y con total impunidad frente a la violación de derechos humanos.

En apenas dos años, casi 70,000 palestinos han sido asesinados, el 90% de ellos civiles. Según Save the Children, al menos un niño o niña palestino es asesinado cada hora, con un total que supera los 20,000 menores muertos.

El 10 de octubre se celebró un alto al fuego y el intercambio de rehenes, lo cual dio esperanza y alivio a algunos. Sin embargo, el Estado de Israel lo ha roto más de 125 veces mientras continúa asesinando niñas, niños, mujeres y hombres palestinos. Estas violaciones siguen siendo ignoradas y justificadas por líderes occidentales.

El 23 de octubre, durante una reunión del gabinete israelí, se discutió a quién debían disparar primero si un niño o un burro se acercaban a la línea amarilla que sirve como demarcación en Gaza. El nivel de deshumanización es aterrador: estamos hablando de que la vida de un niño se reduce al mismo valor que la de un burro. El lenguaje ha legitimado la violencia y otorgado permiso moral al ejército israelí para matar.

En Sudán, la historia tiene matices parecidos. Este país lleva años inmerso en una dinámica de conflicto armado interno entre las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) y el ejército sudanés, dejando miles de muertos y millones de desplazados, casi todos civiles.

Estados Unidos, que se proclama protector de los derechos humanos, no solo es aliado, defensor y proveedor de armas de Israel, sino también la fuente principal de manufacturar armas para los Emiratos Árabes Unidos, país que a su vez abastece a las RSF. Por un lado, tenemos un bloque de países occidentales nuevamente ajenos al respeto por la vida de aquellos que “no son los suyos”; por el otro, un aliado occidental armando una milicia responsable de masacrar a la población sudanesa.

De acuerdo con Amnistía Internacional, la inseguridad alimentaria en Sudán afecta a 25.6 millones de personas, convirtiéndose en la mayor crisis humanitaria del mundo. La hambruna no es natural, es intencional, y es un arma tipificada como crimen de guerra en el artículo 8 del Estatuto de Roma.

Lo más grave no es solo que las potencias occidentales sigan apoyando e ignorando este sufrimiento, sino que el surgimiento de las RSF no es espontáneo: ha sido alimentado y creado por Estados extranjeros como los Emiratos Árabes Unidos para conseguir oro. Cuando la ganancia alimenta las atrocidades, la línea entre el negocio y las vidas humanas desaparece.

El 26 de octubre, las RSF tomaron el control de El-Fasher, capital del norte de Darfur. Según la ONU y la Unión Europea, en dos días 2,000 civiles fueron ejecutados por estas fuerzas. El Yale’s Humanitarian Research Lab lo ha llamado “un proceso sistemático e intencional de limpieza étnica”, una de las acciones genocidas. Según este mismo instituto, los cadáveres y la sangre derramada eran visibles en imágenes satelitales.

¿Dónde están los líderes occidentales condenando y actuando frente a lo ocurrido esta semana? Es importante recordar que en Darfur el genocidio que está sucediendo no es nuevo ni otro más añadido a la lista: es una repetición de uno ya ocurrido. Entonces, ¿dónde quedan los valores de derechos humanos de Occidente frente a su incapacidad para garantizar la no repetición?

Como escribió Mbembe:

“La raza está constituida también por el acto mismo de asignación, por medio del cual se producen e institucionalizan ciertas formas de infra-vida, se justifican la indiferencia y el abandono, se ultraja, vela u oculta la parte humana del otro, y se vuelven aceptables ciertas formas de reclusión, inclusive ciertas formas de dar muerte.”

¿Por qué estos pueblos no existen ante nuestros ojos? ¿Por qué vivimos en una era de genocidios y no la hemos cuestionado? ¿Por qué los países se justifican constantemente para asesinar personas inocentes? ¿Por qué no estamos hartos de esta situación?

He escuchado en México cuestionarnos por qué deberían importarnos conflictos externos si aquí también hay mucho que resolver. Precisamente por eso. Ignorar el sufrimiento de pueblos segregados y marginados, justificar sus muertes o mirar hacia otro lado es reproducir la misma indiferencia que aquí, en nuestro país, nos duele. La degradación de instituciones que deberían proteger la vida y los valores universales no es un problema lejano: es algo que también nos alcanza.

Esta situación no solo aplica en Sudán o en Gaza; también aplica en México. ¿Quién nos garantiza que esa indiferencia global no nos afectará también? Ya lo hace.

Las potencias occidentales financian, arman y apoyan a los responsables de estos crímenes. Y a los demás, que no encajamos en su lógica del “humano que vale la pena”, nos dejan en el papel de víctimas: poner los muertos, agachar la cabeza y seguir soportando un sistema que, cada que comete un crimen, encuentra una justificación.

Hablar sobre estos temas, aunque parezcan lejanos, es urgente. Un genocidio no es solo un crimen contra una población: es un crimen contra toda la humanidad. Y en un mundo que jerarquiza vidas, cualquier pueblo marginado puede ser el siguiente, sin que haya consecuencia alguna.

No debería ser controversial alzar la voz. Debemos exigir a los líderes de los Estados firmantes que, bajo la Convención de Genocidio de la ONU, tienen la obligación legal y moral de usar todos los medios disponibles para prevenir y sancionar estos crímenes. Ni siquiera tendríamos que recurrir a tratados ni convenciones para defender lo obvio: por mera empatía y humanidad, estas atrocidades no deberían estar ocurriendo.

Pero claro, vivimos en un mundo donde los derechos humanos, la libertad y la democracia son universales… ¿no?

Todas las luchas son importantes, no importa el lugar; todas responden a una misma lógica: un opresor, un oprimido y un sistema que permite la vulneración de derechos de miles de personas.

No olvidemos nunca a las familias buscadoras en México, víctimas de un sistema de impunidad y violencia; a los campesinos abandonados operando bajo un sistema que no los cuida; a las y los defensores, activistas y periodistas asesinados por denunciar injusticias. Nuestra lucha también es la de los pueblos palestino, sudanés, congoleño, rohinyá, uigur, yemení, sirio, afgano, y todos aquellos que resisten al olvido y la opresión.

¿Estamos despiertos, unidos y no dispuestos a mirar hacia otro lado?.

audio-thumbnail
Audiocolumna
0:00
/638.808