¿Y si ser madre no es lo mejor que le puede pasar a una mujer?

¿Y si ser madre no es lo mejor que le puede pasar a una mujer?
Dayana Arreola.🪬
La maternidad no es un destino inevitable, es una elección.

Llega mayo y con él, el Día de las Madres. Las redes se inundan de homenajes, frases conmovedoras, desayunos, flores, festivales escolares y publicaciones que idealizan ese amor absoluto que, supuestamente, sólo una madre puede ofrecer. Incluso quienes tienen vínculos rotos con sus progenitoras parecen sentirse presionados a escribir algo bonito ese día. Pero ¿de qué sirve una celebración si seguimos ignorando lo más humano de la maternidad?

Hablemos con la honestidad que este tema exige, de las mujeres que nunca desearon ser madres. De quienes asumieron ese rol porque la sociedad les aseguró que era su único destino. De aquellas que no pudieron tener hijos y fueron señaladas como incompletas. De las que parieron sin estar listas o sin haberlo querido, pero aun así fueron obligadas a criar.

En nuestra cultura, ser mujer implica cargar con expectativas no escritas: casarte, tener hijos, y aparte encargarte del hogar. Porque si no lo haces la pregunta es casi automática: “¿Y quién te cuidará cuando envejezcas?”. Esa frase encierra una violencia sutil, como si traer hijos al mundo fuera una estrategia de supervivencia emocional y no una decisión libre y consciente. Como si ser mujer equivaliera únicamente a ser reproductora.

Muchas crecen creyendo que su valía depende de su capacidad para maternar. No importa cuánta preparación tengas o qué metas te propongas; en cuanto nace un hijo, se espera que tu identidad se disuelva bajo la etiqueta de “mamá”. Da igual si estás sola, si tu pareja no colabora, o si estás al borde del colapso: se debe cumplir. Porque “una madre no puede fallar”.

La maternidad no es un destino inevitable, es una elección.
 Yo no soy madre, y no sé si algún día querré serlo. Quizás por eso puedo hablar desde cierta distancia crítica. Este año, mientras mis redes sociales se llenaban de contenido maternal, me encontré con una ola de videos de mujeres quebradas, confesando sentirse insuficientes. Muchas fueron atacadas por mostrarse agotadas, por admitir que no estaban bien, por atreverse a pensar en sí mismas.

Y me pregunté, ¿en qué momento perdemos el derecho a ser humanas?

Recordé entonces a mi mamá. Una mujer trabajadora que fue señalada por no encajar en el molde de ama de casa. De niña, muchas veces sentí que me dejaba de lado por “preferir trabajar” o por salir con mi papá. No entendía que su segunda jornada comenzaba al llegar a casa. Y aunque hoy lo veo con otros ojos, todavía me duele haberla juzgado sin comprender.
 Hoy sé que, antes de ser madre, ella era y sigue siendo una mujer con anhelos, con historia, con derecho a existir más allá de la crianza.
Y también se que, si le pido que se arranque el corazón, lo hace. Pero entiendo que se ha equivocado muchas veces, y seguirá haciéndolo, porque eso es lo que la hace ser humana.

Solemos romantizar la maternidad. La envolvemos en flores, la idealizamos... Y al hacerlo, también la despojamos de humanidad. Nos incomoda aceptar que existen madres narcisistas, violentas, ausentes. Evitamos hablar de las que compiten con sus hijas o de quienes ven a sus hijos como una extensión de sí mismas, no como personas independientes.

Hay quienes nunca debieron tener hijos. Y otras que lo anhelaron profundamente, pero no pudieron. Cada historia es distinta, y todas merecen ser contadas.

En el 2024, un estudio de la UNAM reveló cuatro etapas del agotamiento parental: cansancio extremo, desconexión emocional, saturación del rol y contradicción interna. Estas fases muestran cómo las exigencias sociales pueden sobrepasar los recursos emocionales y físicos de muchas madres.
Además, el 39.1% de las mujeres que cuidan experimenta agotamiento, y el 31.7% duerme menos de lo necesario, lo que afecta directamente su salud y sus oportunidades laborales, dejándonos ver que esto es tanto económico, social, físico y mental.

Convertirse en madre no significa renunciar a ser mujer.
Esta columna no busca desacreditar la maternidad, sino bajarla del pedestal y ponerla en el suelo, donde verdaderamente ocurre: entre llantos, sacrificios económicos, miedo, cansancio... Y sí, también amor.
 Pero no ese amor que lo justifica todo y se entrega sin límites, sino uno terrenal, imperfecto, construido día a día.

Basta de exigir perfección. Basta de decirle a las niñas que su propósito es maternar. Basta de usar la maternidad como premio o castigo.

Tener hijos no debe ser una carga, ni una condena. Mucho menos una obligación social.
Que este 10 de mayo, además de flores, regalemos espacios de conversación sincera. Porque a los hijos nos hieren, pero también herimos.
 Y a veces, por más que uno quisiera, no se puede amar por obligación.

Aun así, en ese caos, aprendemos a distinguir entre quien da la vida... Y quien la sostiene. Porque madre es quien engendra, pero mamá es quien cría.

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