El capitalismo del alma rota

Me obsesiono con la idea de estar bien, de estar estable, de sentirme alineada.
Leo libros de autoayuda como si se trataran de escrituras sagradas. Me escaneo como una máquina de rayos X para diagnosticar si el abandono se siente en el pecho, para encontrar el rechazo en mi espalda encorvada,
para detectar la traición en mis ojos que no saben sostener la mirada, la humillación que se queda trabada a la mitad del esófago,
y si la injusticia vive en mis pies que no saben quedarse quietos.
Transito mientras busco obsesivamente una versión de mí menos jodida. Persigo la sanación como si se tratara de un lugar de destino.
Soy esclava de la industria millonaria de la sanación, y le creo cuando me dice que estoy incompleta, que necesito hacer más y ser menos. Capitalizo mi proceso de ser al tratar de ser productiva en arreglar(me) lo roto.
Me despierto y medito con un cronómetro en mano. Lo tacho de la lista. Agradezco y lo escribo en mi journal. Lo tacho de la lista.
Me tomo todas las vitaminas que me han recomendado en reels. Lo tacho de la lista.
Practico yoga. Lo tacho de la lista.
Trabajo mientras escucho un podcast. Lo tacho de la lista.
Escribo palabras desde la garganta hacia afuera. Lo tacho de la lista.
Pero ni cerrar los ojos, ni perfeccionar las asanas, ni tomar vitaminas, ni llenar una hoja de palabras (me) es suficiente.
Me trato como se trata a lo roto.
Me tomo con la punta de los dedos, como un jarrón de cerámica agrietado. Vivo todos los días recordándome mi propia fragilidad.
Y hago todo, todos los días, para resanar hoyos que acuso a otros de haber causado.
Convierto la sanación en un deber ser, que viene con culpa si no lo cumplo.
Que se siente urgente, como si estuviera llegando tarde a un lugar que promete una especie de plenitud meritocrática.
Me obsesiono con un lugar donde ya no duele nada, donde el socavón del pecho se rellena con grava, donde estoy completa y estoy feliz.
Me obsesiono con la idea de estar bien, de estar estable, de sentirme alineada.
Un día, me repito —lejano o cercano.
Y me echo la culpa de no haber llegado ahí todavía. Y siento que no merezco mientras siga aquí, rota y derrotada. Que no hay lugar para mí mientras no encuentre mi lugar. No me siento apta para el mundo mientras siga inestable, mientras mi ritmo sea más lento, mientras continúe sintiendo tanto.
Mientras no sane.
¿Sanar qué?
¿Llegar a dónde?
En la obsesión por curarme de mí misma, me he dejado en el camino.
Me doy cuenta de que no hay nada que sanar. No soy un eterno proyecto en reconstrucción.
Solo soy.
Soy la sombra y soy la luz.
Soy el miedo y soy el amor.
Soy la inseguridad y soy la confianza.
Soy la mala y soy la buena.
Soy la tristeza y soy la plenitud.
Soy cuando no soy nada
y soy cuando lo soy todo.
Sí, me duele el pecho
y la espalda baja,
y el rechazo,
y los sueños que no sé cómo cumplir,
y las veces que no he sabido amar,
y las veces que he salido corriendo,
y las veces que he fallado a quienes amo,
y las que me he fallado a mí.
Y está bien.
No soy un proyecto en reconstrucción.
No quiero seguir relacionándome con esa voz cruel de la perfección,
de la vergüenza,
de la culpa.
Esa es la voz del ego,
la que dice que sólo cuando llegue a ese lugar ficticio de sanación, entonces —y sólo entonces—
seré merecedora del amor.
¿Qué pasaría si, solo por hoy, dejara que sea la voz del amor incondicional la que hable?
Porque no hay nada que haga o deje de hacer, que me haga más o menos merecedora de esta vida.
Maybe the question isn't “how do I heal?”
Maybe it’s “how do I become more alive than I’ve ever dared to be?” Maybe the opposite of trauma
isn’t healing,
maybe it's presence.
Pleasure.
Play.
Permission.
@ritualofheart
