Lluvia de verano

Lluvia de verano
Andrea Ceballos
Me doy cuenta que la ciudad me ha arrebatado de mí. 

Llueve todos los días. Es verano en la ciudad gris, pero pareciera que ella no lo sabe. Las nubes dejan caer toda el agua como si de repente se enteraran de que tienen el poder de llorar. Las calles se vuelven ríos de repente y paralizan el ritmo acelerado de los citadinos siempre en prisa. Los cruces revelan que en realidad, siempre todo ha sido un caos y solamente hace falta un poco de agua para destruirlo todo. Se escucha el pitido sincronizado de la gente desesperada y pienso que es esta la sinfonía de la palabra ´apretado´. 

Los limpiaparabrisas se mueven a toda prisa tratando de darme visibilidad sobre el camino. Las luces rojas de los faros se extienden en las gotas de lluvia y ya no sé qué es real y qué ilusión. Un perro callejero llora en la esquina porque tiene frío o hambre y yo quiero parar para abrazarlo, pero no lo hago y me doy cuenta que la ciudad me ha arrebatado de mí. 

La gente corre del agua y toda la escena me asusta. Se me hace un socavón en el pecho por el sonido orquestado de las desesperadas gotas en el parabrisas. El podcast que venía escuchando es ahora un susurro. Y me quedo a la mitad del quinto consejo sobre tomar decisiones en los veintes. Mi mirada se pierde en el tiempo, no sé cuánto llevo atorada en este mismo sitio.  

Nos hacemos bolas entre todos y lo único que deseo es dejar mi coche en este lugar y correr bajo la lluvia. Quiero empaparme los zapatos con el agua puerca que no encuentra su cauce. Que mis lágrimas se mezclen con las gotas frías de verano y no sepamos cuáles vienen de mi y cuáles del cielo. Quiero perderme entre las calles de la ciudad maldita. Que me traguen los baches de las avenidas y mis pies hagan contacto con el pavimento desgastado del tercer mundo para que entiendan de una vez por todas que aquí pertenezco. Quiero adueñarme de esta ciudad a la que no entiendo, en la que no quepo y a la que vuelvo. Quiero que me secuestre este lugar para nunca dejarlo. Quiero gritar mientras corro y se me llene la boca de agua sucia y tragarla como si fuera elixir de esta enfermedad que me hace huir. 

El puño de una mujer de mediana edad contra mi ventana me saca de mi fantasía de manera agresiva. 

–¡Muévete pendeja! – Me grita con una voz ronca, casi como robotizada. 

No sé cuánto tiempo llevo paralizada bajo esta lluvia violenta de verano. Sigo el camino de una gota que choca con mi parabrisas y pienso que así como esta lluvia

que no se ha percatado que es verano, y en verano no debería de llover; yo también tengo permiso de romper con lo que debería de ser.

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